

“La vida genera su película, y el parabrisas puede convertirse en una pantalla, la radio en una cámara.”(p.66 El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida; Philippe Delerm; Tusquets Editores, Barcelona 2008)
Transportarse, desplazarse, esa insaciable necesidad de movimiento sin fin para llegar, para llegar sin importar a donde, solo llegar y volver a desplazarse.
El auto, el camión, toma entonces el papel primordial en la urbe, el individuo es ahora parabrisas, caucho y alambre de acero. Su individualidad es compartida, imprimimos nuestra huella mediante: muñecos o rosarios en el espejo retrovisor, peluches, imágenes,.. Incluso el coche es casa, hotel y templo. Es un todo ambulante, una suerte de sortilegio Kafkiano.
Imprimimos nuestra huella en el coche y el andar del mismo, y por tanto de nosotros, se imprime en la ciudad, en los caminos que seguimos como fieles devotos, otorgándoles un significado. Huellas físicas tangibles, visibles, huellas como sombras que penden de un hilo y que muestran nuestra propia fragilidad.
Autos como islas, soledades que ignoran “qué soledades rozan su costado”, “diseminados pero juntos cercanos pero ajenos/ solos codo con codo cada uno en su burbuja” (p. 56 Las soledades de Babel, Mario Benedetti; Punto de Lectura; México 2002) siguiendo quizás las mismas sendas, persiguiendo quizás los mismos objetivos.
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