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domingo, 28 de febrero de 2010

Exposición: Vida y diseño. 125 años del diseño en México / Visita posteriormente a "La Blanca"














“Las palabras/ que nunca llegaron a la última versión/ tal vez eran mejores. / Tienen la gracia de las cosas perdidas: / la puerta que no abrimos, / el amor olvidado. / Como flores disecadas…”“…tiene(n) el encanto de otro paraíso.” Manuscrito Carmen Villoro

Pasear por el centro histórico, recorrer sus calles, es formar parte de un escenario que nos confronta y envuelve en su historia, en nuestra historia, y que a la vez cobija a las expresiones culturales en ebullición.

Uno de los innumerables ejemplos de esto es la exposición “Vida y diseño. 125 años del diseño en México” que se encuentra actualmente en el Palacio de Iturbide. En ella se puede apreciar el sortilegio que encierran los objetos al ser estos testigos y pruebas de formas de vida, de concepción estética, de ideales generados a lo largo de la historia.

Menos desmenuzado quizás, es también el experimentar los espacios interiores que al parecer han permanecido estáticos en el tiempo; ya que tal sortilegio de evocación no solo es propio de los objetos sino también de todo aquello que podemos percibir a través de los sentidos y en esto entran también los espacios.

En el centro histórico podemos encontrar un sinnúmero de ejemplos: la cantina La Ópera, El Salón Luz, El Café Tacuba,.. o en este caso La Blanca. El café con leche, el pan, el mobiliario, los meseros con los mismos uniformes que recuerdo desde que iba cuando tenía 4, 5 años. No sólo es un México que creíamos perdido -en la quizás ahora ciudad genérica en la que se está convirtiendo nuestra urbe- el que parece renacer con tan sólo cruzar el umbral; es también encontrarme nuevamente con los desayunos dominicales que antecedían a los paseos en el centro y sus museos, las risas, las meriendas con amigos,… mi propia y muy personal historia.

“Está claro que ni es un cuchillo de cocina, ni un quitapenas de golfo. Pero tampoco es una navajita.”” Una navaja que perfectamente hubiera podido ser la de un hipotético y cabal abuelo, que éste se hubiera metido en el pantalón de pana de canalillo ancho color chocolate.” “Una navaja que para un niño hubiera sido maravillosa: una navaja para confeccionar el arco y las flechas, para tallar la espada de madera,..”” la navaja que a nuestros padres les parecía demasiado peligrosa cuando éramos críos.” “En la época del fax, es un lujo rústico. Un objeto totalmente personal, que abulta inútilmente el bolsillo, y que sacamos de cuando en cuando, nunca para utilizarlo, sino para tocarlo, mirarlo, por la bobalicona satisfacción de abrirlo y cerrarlo. En ese presente gratuito duerme el pasado. A los pocos segundos nos sentimos a un tiempo el bucólico abuelo de blancos mostachos y el niño que juega junto al agua en medio de un olor a saúco. Con sólo abrir y cerrar la hoja, no somos ya de mediana edad sino que tenemos dos edades a la vez: en eso radica el secreto de la navaja.” (pags.11 a 13 El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida; Philippe Delerm; Tusquets Editores, Barcelona 2008)

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